sábado, 25 de junio de 2016

Vivimos en campos de batalla


No hay tiempo para descansar, 
no hay ninguna almohada para mi cabeza, 
no hay a dónde correr para salir de aquí, 
no existe ningún camino para olvidar.

Estoy alrededor de unas sombras,
que me arrastran, que como amigos me cubren, 
y solo quiero que me dejen caer, 
para finalmente intentar dormir.

Atravesamos la tormenta, 
encontramos soldados cansados en esta guerra, 
que ya no recuerdan para qué estamos luchando,
que solo recuerdan a sus seres queridos.

Puedes conocerme en el campo de la batalla, 
incluso en la noche más oscura.
yo seré tu espada y seré tu escudo, 
seré tu camuflaje y tú serás mi mina.

Resuenan los ecos de los disparos, 
podemos ser los primeros en caer, 
todo podría permanecer igual 
o podríamos cambiarlo todo, 

Podrás verme cara a cara, 
donde se encuentra la raza humana, 
podríamos repararlo todo,
para dejar a nuestras hijas e hijos jugar.

Cuando era joven fuimos nombrados la generación sin miedo,
para los herederos que están por venir,
sé valiente y me conocerás en el campo de batalla, 
incluso en la noche más oscura.

Hasta el día que nos abracemos como hermanos,
que dejemos de vivir en campos de batalla,
hasta el día que la paz no sea solo un papel firmado,
que sea real. 

martes, 21 de junio de 2016

La chica de las estrellas


Parte I:

Annie es una de esas pocas personas que cree en el amor y otros monstruos. Las noches, si llueve, mira bajo su diminuta cama en busca de alguno, pero allí no encuentra más que polvo y una desgastada caja, repleta de cartas que recibe periódicamente desde el otro lado del planeta. Annie tiene insomnio y lo único que le hace conciliar el sueño es abrirlas cada noche y olfatear su perfume de madreselva.

Cuando abre el buzón y encuentra un sobre escrito con esa letra tan extraña, siente un regocijo que creía haber olvidado. Luego extrae con cuidado la cuartilla y la lee sin comprender. A veces encuentra dibujado un corazón, un pájaro o una flor de almendro y por eso sabe que son cartas de amor. Otras veces encuentra siete lunas en el reverso, con las que se le empañan esos ojitos tan risueños. Estas cartas le hacen tanta ilusión, que no piensa devolverlas, ni decirle al cartero que en ese edificio no vive una tal Natsuki Akiyama.

Annie cree en el destino, por lo que a veces se excusa diciendo que, de todas formas, Natsuki jamás las habría leído. También cree en aquella noche navideña de hace 13 años. Las estrellas fugaces que devoraron las tres primeras estrellas de la Constelación de Orión. La mañana en que Nathaniel le dijo que sí. Las promesas, aunque olvidadas. El día que se fueron a vivir juntos y que tiraron por el fregadero todo el alcohol que tenía en casa. Su ascenso a encargada en la pequeña galería de arte. Su primer año sin beber. Los girasoles de Van Gogh. La puesta de Sol, si es violeta.

Pero Annie ya no tiene ningún hombre en su vida, lo había intentado varias veces, pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. Con el tiempo empezó a comprender que el amor existía, en algún lugar, pero que no estaba hecho para ella, ya que lo único que había conseguido hasta ahora era un corazón roto y unas camisetas olvidadas, con olor a lavanda. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres de la vida, como hundir los pies en la arena, escuchar Bohemian Rhapsody en la radio y pintar cuadros con los hilos de sus sueños.

Las mañanas, si no llueve, las pasa asomada a la ventana del patio leyendo entre cuerdas. Sabe que algo no funciona en el tercero desde que tienden juegos de noventa en vez de sábanas de matrimonio. Ya no hay ropa de bebé en el primero y solo se escucha el llanto de una madre que lo ha perdido todo. En cambio, ahora hay baberos gigantes, en el cuarto. Desde que enfermó el abuelo, vive con ellos y escucha a través de las ventanas cosas que preferiría no oír. Luego sonríe con los nuevos sujetadores de la del segundo, tres tallas más grandes que los de antes. Y llora. Llora desconsoladamente desde que los calzoncillos azul celeste que le regaló a Nathaniel cuelgan de las cuerdas de la chica del quinto.

Cualquier otra persona habría querido huir de allí, tan rápido como se lo permitiesen sus pies o la complicada mudanza, pero Annie no quiere volver a huir, no después de todo lo que había pasado hasta entonces, así que decide empezar de cero. Cambia el papel de sus paredes, de un sobrio marrón a un naranja melocotón, cuelga todos los cuadros que ha pintado, desde ese inusual bodegón con naturalezas muertas y el collar de su abuela, hasta esa horrible noria que tanto detesta, pero que al fin y al cabo, forma parte de ella.

Coge las tijeras y empieza a destrozarlo todo. Corta su larga melena por la mitad, y apenas se reconoce en el espejo después, corta esas detestables cortinas verde esmeralda, haciéndose un vestido con ellas y consigue atravesar el umbral de la puerta del edificio. Tras hacerlo, Annie siente repentinamente una gran armonía consigo misma, en ese momento todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad.

Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad, le empapa de golpe.

El mar de tu calma


Imagen de rain, water, and photography

El mar puede ser como quiero que sea,
en calma o violentamente encrespado.

Azul verdoso al mediodía,
plateado al amanecer,
violeta al poniente,
o misteriosamente cárdeno.

Puede hacer sol,
o tener densas nubes de tormenta,
puede rugir o susurrar en los oídos de los mortales,
desde lo alto del acantilado o desde el fondo marino.

El mar puede ser como quiero que sea,
pero siempre te pertenecerá.

sábado, 11 de junio de 2016

Fiel amiga


Tristeza, Tristeza y todavía
y siempre Tristeza.
Tristeza junto a Melancolía,
Tristeza sin Felicidad.

Tristeza en las arterias,
en el cansancio,
en la esperanza,
en la médula.

Tristeza por vocación,
por vicio,
sin desmayo,
ni tregua.

Por muy lejos que mire,
la Tristeza ya es conmigo
y yo estoy con Tristeza,
mi fiel amiga.

Descendiendo sus huecas escaleras,
ante sus chimeneas,
sus muros desolados,
y sus rítmicas goteras.

Tristeza, Tristeza,
entregada a esa Tristeza,
interminable, absurda,
voraz, desesperada.

Yo solo sé dónde ha estado Tristeza,
que ráfagas de Tristeza arrasaron mis nervios,
con qué ardor
y con qué fiebre llegó.

El hartazgo de seguir sintiendo Tristeza,
de no apartar un gesto de esa Tristeza insaciable,
de vivirla en mis venas,
de permanecer en mis entrañas.

Y respirar en ella la realidad,
el sueño, el olvido,
 y el recuerdo,
sin importarme nada.

De no saber por qué Tristeza estaba conmigo,
de haberlo ignorado siempre,
cada vez más resuelta a prolongar la Tristeza,
y seguir esperando a la aridez inerte...

A la desesperanza
de no sentir ya nada,
de no poder, siquiera,
continuar sintiendo Tristeza.

Imagen de girl, art, and whale

(He aquí un dibujo de mi amiga Tristeza,
inundándolo todo en un mar de lágrimas)