jueves, 16 de noviembre de 2017

Relaciones caducadas


Y a ti, ¿cómo te gusta la vida? 

Alíñala o endúlzala, 
ponle sal, ponla a tu gusto,
acompáñala de comida saludable, 
pero jamás lo olvides;
no la intoxiques con relaciones tóxicas
o caducadas.


Nadina Halley

lunes, 26 de diciembre de 2016

La noche de los cuerpos

 
En la noche más lóbrega,  

una tenue luz se abrió paso entre el mundo de las sombras, 
mostró tu cálido cuerpo, casi menguante, 
tu cabellera, de enmarañado otoño, 
y la blanca disposición de tus dientes caníbales.
 
Mostró tus ojos, de rocío de lluvia y rayado zafiro, 

que son los de un león a punto de atacar, 
y que tras un segundo, se tornan en los ojos húmedos de una gacela, 
que está a punto de morir, 
durante una noche eterna, que no deja de gemir.


Nadina Halley

martes, 1 de noviembre de 2016


Han sido tantas las noches durmiendo a tu lado,
que levantarme y no verte me destrozó las entrañas.

lunes, 24 de octubre de 2016

Monstruos y príncipes


Ya no hay ningún monstruo bajo su cama, 
ahora se encuentra durmiendo a su lado,
vestido de príncipe azul.



lunes, 3 de octubre de 2016

Poemas del alma


Juro que el corazón se me acelera,

por la sola idea de entregarte estos versos,

y que pierdo todo sentido y palabrera,

mientras me miras y desnudas mis besos.


Juro que en el azul de tus ojos,

se pierden estas líneas que escribo,

y que en la inmensidad de tu cielo negro,

mis versos se confunden, quedándose en blanco.


Juro que si pierdo el Norte,

en cada uno de mis naufragios,

buscaré el camino de vuelta,

con la ayuda de tus astrolabios.


O esperaré la Lluvia de Perseidas,

que cada año, como musas,

caen sobre tus brazos y que lloran,

por no poder quedarse a tu lado.


Y contaré cada hora muerta del calendario,

y aguardaré ese segundo mágico a diario,

cuando se cruzan nuestras miradas

y se hacen cosquillas, acariciándose las pestañas.


Luego hurgaré y rebuscaré dentro de mí,

y encontraré mi cordura en vía de extinción,

junto a esta niña que antes era gris,

para hacerla brillar con tu ilusión.


Y es que eres la respuesta a todas mis preguntas,

y son tantas, tantas las que braman,

por cada uno de los recovecos de mi alma,

que tan solo con amor las podré domesticar.


Y es que eres el destello bajo el cielo de aquella noche estrellada,

que Van Gogh jamás podrá pintar.

Y es que eres el desvelo irresponsable en la noche más oscura,

y el planeta que nunca supimos hallar.

***


sábado, 13 de agosto de 2016


Causalidad en lugar de Casualidad,

destino,
azar,
fortuna,
fatalidad,
orden,
caos.

miércoles, 20 de julio de 2016

El nombre de las cosas


Al volver a casa, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas. Recordaba la Osa Mayor, sabía que había estado en esa calle antes, pero no habría podido situarla en el cielo. También recordaba que vivía en la siguiente calle, pero no sabía que Andrómeda era una galaxia, ni que Orión se encontraba a solo un par de calles más allá.

Al agarrar una piedra no consiguió reconocer como propia la mano que la sujetaba. Era delgada y tan pálida, que se veía llena de venillas, arañazos y mugre. Tras examinarla durante un rato, su mano volvió a recordarle por un momento a aquella con la que lanzó canicas y sostuvo helados, aquella con la que acarició la piel de su amada y escribió espantosos poemas. 

Aquella con la que se dejó la piel para trabajar con unas pesadas máquinas para traer dinero a una casa llena de niños. La casa que siempre olía a pan horneado y a muebles viejos, cuyos rincones aún guardan objetos y secretos cubiertos de polvo, que nadie ha necesitado buscar jamás.

Pero al entrar, la casa ya no olía a pan horneado.


sábado, 25 de junio de 2016

Vivimos en campos de batalla


No hay tiempo para descansar, 
no hay ninguna almohada para mi cabeza, 
no hay a dónde correr para salir de aquí, 
no existe ningún camino para olvidar.

Estoy alrededor de unas sombras,
que me arrastran, que como amigos me cubren, 
y solo quiero que me dejen caer, 
para finalmente intentar dormir.

Atravesamos la tormenta, 
encontramos soldados cansados en esta guerra, 
que ya no recuerdan para qué estamos luchando,
que solo recuerdan a sus seres queridos.

Puedes conocerme en el campo de la batalla, 
incluso en la noche más oscura.
yo seré tu espada y seré tu escudo, 
seré tu camuflaje y tú serás mi mina.

Resuenan los ecos de los disparos, 
podemos ser los primeros en caer, 
todo podría permanecer igual 
o podríamos cambiarlo todo, 

Podrás verme cara a cara, 
donde se encuentra la raza humana, 
podríamos repararlo todo,
para dejar a nuestras hijas e hijos jugar.

Cuando era joven fuimos nombrados la generación sin miedo,
para los herederos que están por venir,
sé valiente y me conocerás en el campo de batalla, 
incluso en la noche más oscura.

Hasta el día que nos abracemos como hermanos,
que dejemos de vivir en campos de batalla,
hasta el día que la paz no sea solo un papel firmado,
que sea real. 

martes, 21 de junio de 2016

La chica de las estrellas


Parte I:

Annie es una de esas pocas personas que cree en el amor y otros monstruos. Las noches, si llueve, mira bajo su diminuta cama en busca de alguno, pero allí no encuentra más que polvo y una desgastada caja, repleta de cartas que recibe periódicamente desde el otro lado del planeta. Annie tiene insomnio y lo único que le hace conciliar el sueño es abrirlas cada noche y olfatear su perfume de madreselva.

Cuando abre el buzón y encuentra un sobre escrito con esa letra tan extraña, siente un regocijo que creía haber olvidado. Luego extrae con cuidado la cuartilla y la lee sin comprender. A veces encuentra dibujado un corazón, un pájaro o una flor de almendro y por eso sabe que son cartas de amor. Otras veces encuentra siete lunas en el reverso, con las que se le empañan esos ojitos tan risueños. Estas cartas le hacen tanta ilusión, que no piensa devolverlas, ni decirle al cartero que en ese edificio no vive una tal Natsuki Akiyama.

Annie cree en el destino, por lo que a veces se excusa diciendo que, de todas formas, Natsuki jamás las habría leído. También cree en aquella noche navideña de hace 13 años. Las estrellas fugaces que devoraron las tres primeras estrellas de la Constelación de Orión. La mañana en que Nathaniel le dijo que sí. Las promesas, aunque olvidadas. El día que se fueron a vivir juntos y que tiraron por el fregadero todo el alcohol que tenía en casa. Su ascenso a encargada en la pequeña galería de arte. Su primer año sin beber. Los girasoles de Van Gogh. La puesta de Sol, si es violeta.

Pero Annie ya no tiene ningún hombre en su vida, lo había intentado varias veces, pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. Con el tiempo empezó a comprender que el amor existía, en algún lugar, pero que no estaba hecho para ella, ya que lo único que había conseguido hasta ahora era un corazón roto y unas camisetas olvidadas, con olor a lavanda. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres de la vida, como hundir los pies en la arena, escuchar Bohemian Rhapsody en la radio y pintar cuadros con los hilos de sus sueños.

Las mañanas, si no llueve, las pasa asomada a la ventana del patio leyendo entre cuerdas. Sabe que algo no funciona en el tercero desde que tienden juegos de noventa en vez de sábanas de matrimonio. Ya no hay ropa de bebé en el primero y solo se escucha el llanto de una madre que lo ha perdido todo. En cambio, ahora hay baberos gigantes, en el cuarto. Desde que enfermó el abuelo, vive con ellos y escucha a través de las ventanas cosas que preferiría no oír. Luego sonríe con los nuevos sujetadores de la del segundo, tres tallas más grandes que los de antes. Y llora. Llora desconsoladamente desde que los calzoncillos azul celeste que le regaló a Nathaniel cuelgan de las cuerdas de la chica del quinto.

Cualquier otra persona habría querido huir de allí, tan rápido como se lo permitiesen sus pies o la complicada mudanza, pero Annie no quiere volver a huir, no después de todo lo que había pasado hasta entonces, así que decide empezar de cero. Cambia el papel de sus paredes, de un sobrio marrón a un naranja melocotón, cuelga todos los cuadros que ha pintado, desde ese inusual bodegón con naturalezas muertas y el collar de su abuela, hasta esa horrible noria que tanto detesta, pero que al fin y al cabo, forma parte de ella.

Coge las tijeras y empieza a destrozarlo todo. Corta su larga melena por la mitad, y apenas se reconoce en el espejo después, corta esas detestables cortinas verde esmeralda, haciéndose un vestido con ellas y consigue atravesar el umbral de la puerta del edificio. Tras hacerlo, Annie siente repentinamente una gran armonía consigo misma, en ese momento todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad.

Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad, le empapa de golpe.

El mar de tu calma


Imagen de rain, water, and photography

El mar puede ser como quiero que sea,
en calma o violentamente encrespado.

Azul verdoso al mediodía,
plateado al amanecer,
violeta al poniente,
o misteriosamente cárdeno.

Puede hacer sol,
o tener densas nubes de tormenta,
puede rugir o susurrar en los oídos de los mortales,
desde lo alto del acantilado o desde el fondo marino.

El mar puede ser como quiero que sea,
pero siempre te pertenecerá.

sábado, 11 de junio de 2016

Fiel amiga


Tristeza, Tristeza y todavía
y siempre Tristeza.
Tristeza junto a Melancolía,
Tristeza sin Felicidad.

Tristeza en las arterias,
en el cansancio,
en la esperanza,
en la médula.

Tristeza por vocación,
por vicio,
sin desmayo,
ni tregua.

Por muy lejos que mire,
la Tristeza ya es conmigo
y yo estoy con Tristeza,
mi fiel amiga.

Descendiendo sus huecas escaleras,
ante sus chimeneas,
sus muros desolados,
y sus rítmicas goteras.

Tristeza, Tristeza,
entregada a esa Tristeza,
interminable, absurda,
voraz, desesperada.

Yo solo sé dónde ha estado Tristeza,
que ráfagas de Tristeza arrasaron mis nervios,
con qué ardor
y con qué fiebre llegó.

El hartazgo de seguir sintiendo Tristeza,
de no apartar un gesto de esa Tristeza insaciable,
de vivirla en mis venas,
de permanecer en mis entrañas.

Y respirar en ella la realidad,
el sueño, el olvido,
 y el recuerdo,
sin importarme nada.

De no saber por qué Tristeza estaba conmigo,
de haberlo ignorado siempre,
cada vez más resuelta a prolongar la Tristeza,
y seguir esperando a la aridez inerte...

A la desesperanza
de no sentir ya nada,
de no poder, siquiera,
continuar sintiendo Tristeza.

Imagen de girl, art, and whale

(He aquí un dibujo de mi amiga Tristeza,
inundándolo todo en un mar de lágrimas) 

martes, 31 de mayo de 2016

Caricias en tu espalda


Esta mañana 
se ha colado un rayito de sol 
por tu ventana, 
que es la ventana de mi habitación. 

Se ha asomado 
y me ha pillado recordándote.
Esta mañana... 
sí que hacía calor. 

Pero me dejé la vergüenza olvidada 
en el fondo del vaso en el último bar, 
donde nos besamos por vez primera,
como si no existiera más nada.

Aquella mañana
recuerdo que estaba mejor,
como almohada,
tu pecho desnudo en la cara. 

Pero te has marchado 
y me has dejado totalmente tirada.
Esa mañana... 
el calor me mataba. 

Imagen de cry, sad, and pop art

Dame el tiempo que no te haga falta,
y prometo invertirlo en caricias en tu espalda. 

lunes, 30 de mayo de 2016


Llevo un roto en el corazón y un agujero en el jersey de cuello vuelto. 

jueves, 19 de mayo de 2016

Tres rosas rojas


Le regaló tres rosas rojas,
de esas que murmuran al viento qué es el amor,
de esas de alma pretenciosa.

La primera se la regaló para que le arrancara los pétalos,
y la dejara marchitar, 
apretándola contra su pecho.

La segunda se la regaló para que la cuidara,
hasta el día de su llegada,
que jamás llegó.

Mientras que la última se la regaló como muestra de su amor, 
como el que sentía el Principito por su rosa,
única en el mundo, solo por ser suya.


jueves, 14 de abril de 2016

Si, puedes


Si puedes conservar la cabeza, cuando todo recae sobre ti,
y están perdiendo la suya y te culpan por ello,
si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero siempre admites su duda.

Si puedes esperar y no cansarte de la espera,
si estás siendo engañado y no pagas con mentiras,
si estás siendo odiado y no das cabida al odio,
si no pareces demasiado bueno, ni hablas con demasiada sabiduría.

Si puedes soñar, sin que los sueños te dominen,
si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo,
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso,
y tratar a estos dos impostores de la misma forma.

Si puedes soportar el escuchar la verdad que has hablado,
tergiversada por bribones para hacer una trampa para los ingenuos,
si ves las cosas que le diste a la vida, rotas,
y coges tus herramientas gastadas.

Si puedes hacer un montón con todas tus victorias,
y arriesgarlo todo en una partida de juego de azar,
y perder, y empezar de nuevo, desde el principio,
y nunca decir nada acerca de tu pérdida.

Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tendones,
para el momento en el que todo se ha ido,
y así resistir cuando no hay nada en ti,
excepto la voluntad que te dice: 

espera

Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o caminar entre reyes y no perder el sentido común,
si ni los enemigos, ni los buenos amigos pueden dañarte,
si todos los hombres cuentan contigo, pero ninguno demasiado.

Si puedes llenar el inexorable minuto
y cierto, de sesenta segundos,
si puedes hacer todo lo que te propones,
un “si puedes…” se transformará en un “sí, puedes”.

***


miércoles, 17 de febrero de 2016


Vivir a lo grande de los bienes gananciales. Y para qué, joder, para qué. ¿Quién diablos dijo que el dinero daba la felicidad y que prefería llorar en un Ferrari? Llora todo lo que quieras, toma champán, cómprate un yate y folla con putas, pero dime a la cara que eres feliz, que lo tienes todo, que no necesitas nada. Dímelo.

No puedes. Tu corazón está roto. Muertos tus sentimientos. Déjame llevarme ese pedacito de ti, ese fantasma que recorre tu cuerpo, que te escupe por dentro. Le pondré mucho suavizante, lo plancharé al vapor y lo usaré de sábana bajera las noches que tengamos una cita prometedora. 

domingo, 6 de septiembre de 2015

Antes de las seis



Un paisaje onírico,
una playa desierta,
el mar y una cala 
rodeada de acantilados al fondo. 
El cielo y el mar 
se confunden. 

A la izquierda, 
un cartón tejido a mano, 
a modo de muro, 
sobre el que se disponen 
dos relojes 
y un árbol incompleto, 
con una sola rama 
y sin hojas. 

El reloj más grande,
blando, 
una mosca sobre él 
y cae. 
Cae escurriéndose 
por el borde 
del cartón tejido 
por las manos 
de mi abuela. 

El pequeño, 
parece un reloj 
de bolsillo, 
cerrado, 
y las hormigas 
danzan a su alrededor. 

Del árbol pende 
un tercer reloj, 
también blando. 
En el centro, 
una extraña figura. 
Una cara blanda 
con largas pestañas 
parece dormir sobre la arena. 

Sobre ella, 
un cuarto reloj,
igualmente blando, 
parece derretirse. 
Los cuatro siguen marcando la hora. 
En torno a las seis. 
Pero, los relojes, 
como la memoria, 
se reblandecen por el paso del tiempo. 

Y yo ya no recuerdo qué pasó 
antes de que empezaran a derretirse. 
De que aparecieran moscas 
y hormigas. 
De lo que pasó antes 
de que muriera.

De cualquier cosa que pasara 
antes de las seis.

viernes, 5 de junio de 2015


La miro de reojo. Ella no. Ella me evita. Cuando pasa a mi lado, lo hace rápidamente. Sin detenerse en ningún momento. Como si no existiera. Como si jamás me hubiese mirado. Pero ella sabe que no es así. Que siempre he estado ahí. Que sigo ahí. Que solo tiene que levantar la cabeza y mirarme. Que yo no dejaré de hacerlo. Pero ella no lo hace. No me mira. No lo hará. ¿Por qué iba a hacerlo? No soy nada. No soy nadie. No tiene por qué mirarme. Pero me rompo en mil y un pedazos. No lo entiendo. No podría entenderlo jamás. Nunca le he hecho daño. Solo la observaba y ella me miraba y me sonreía. Esa era nuestra relación. Era algo único, casi mágico. No, era perfecto. Es lo único que me hacía feliz. Lo único que hacía que mi vida cobrara algo de sentido.

Pero ya no me mira. Ya no sonríe. Ya no noto su respiración mientras se pinta los labios de un rojo intenso. Ese rojo que tanto me gusta y que ella quizás aún no sepa. Ya no hay nada. Ya no nos queda nada. Y la echo de menos. Echo de menos las muecas que me hacía a todas horas para hacerme sonreír. Echo de menos que me mire mientras se viste por las mañanas, con legañas aún en los ojos y con el pelo enmarañado. Sin una gota de maquillaje en sus mejillas. Como si no le importara lo que pienso de ella. Como si le dijera al mundo que se pudriera. Pero lo que mas echo de menos, es a ella. A la persona que era. A verla mientras se desvestía para meterse en la cama por las noches. Pero tan sola. Tan triste. Dando mil vueltas por noche. Regalando lágrimas a su almohada. Regalando mordiscos por su piel.

Y, ¿por qué? ¿Por qué, si antes me miraba provocativa para que la mirara? ¿Por qué, si lo que quería es que me fijara en ella? Y por supuesto, lo hacía. Pero me engañó. Me traicionó. Yo pensaba que me miraba porque no era más que un reflejo, pero entonces sonreía. Me sonreía. ¿A quién más iba a sonreír si solo estábamos ella y yo? Por eso dejé de creer que, quizás, no era simplemente un reflejo, que era real. Que miraba más allá de lo que veía. Que me quería. Pero nunca me decía nada. Ella me miraba, pero no me hablaba. Se autodestruiría de esa forma. Pensaría de sí misma que estaba absorta en la locura. ¿Por qué iba a hablarme si no era real? ¿Por qué iba a decirme que me quería?

Pero tras de mí una escena y diez mil frases que repetir. Yo no voy a contar lo mejor, a ocultar lo peor. La escuchaba. Escuchaba sus conversaciones telefónicas contigo. Escuchaba esas palabras de amor que no me decía a mí. Escuchaba esos te quiero's inaudibles que te dedicaba. Maldita dulzura. Veía como cada noche como jugaba con sus dedos bajo las sábanas pensando en ti, mientras me miraba y volvía a sonreír. Y la odiaba. La odiaba porque sabía que no era por mí. Sin embargo, yo era feliz si lo era ella también, porque seguía mirándome. Porque no dejaba de sonreír.

Pero un día dejó de hacerlo, no sé cómo, ni por qué. Ya no quería verse. Ya no quería verme. Ya no quería sonreír. Ya no quería ni hablar por teléfono. Y ahora ya no la odio. Ahora te odio a ti.





Este no es un relato escrito por mí. Es un relato escrito por mi espejo. Me amenazó con romperse, algo que jamás querría, y que, además, me clavaría uno de sus cristales hasta dejarme inconsciente, como si de un cuchillo se tratase y que, aún no sé por qué.

Nunca entenderé a los espejos.

domingo, 8 de marzo de 2015

Más que garabatos


Coge una hoja completamente blanca, sin líneas, sin rugosidades. Una hoja sin personalidad, sin carácter, una hoja esperando a que le den forma y que la moldeen hasta que sea bella para ser envidiada por las demás. Algunas de estas hojas se acaban convirtiendo de una forma u otra en barcos de papel que acaban hundidos en un vaso de agua; o en aviones de papel, que salen volando sin remedio alguno por la ventana y caen en picado contra el asfalto.

Otras, en cambio, llegan más alto que eso, empiezan a formar parte de ese mundo de la papiroflexia innecesariamente difícil. Por otro lado, algunas más afortunadas, llegan mucho más lejos, llegan a las manos de los grandes artistas y hacen de ellas grandes maravillas.

Mientras pienso en esas hojas enmarcadas en oro, él arruga esa hoja que tiene entre sus manos y se lleva las manos a la cabeza. ¿Por qué? ¿Por qué haces eso? Podrías haberle dado una vida, podrías haberla hecho bella y en su lugar, la tiras cruelmente a la basura. Está claro que también existe la posibilidad de llegar a manos de personas como él, que no saben apreciar el papel; y eso es lo que más he temido de mi corta vida.

Siento como sus dedos me acarician, pero yo solo quiero alejarme de él. Soy solo una hoja blanca en manos de un imbécil que únicamente he visto que sabe hacer garabatos en los márgenes, un imbécil que no sabe hacer nada más que llevarse las manos a la cabeza porque nada le sale bien y estoy perdida, quiero salir de aquí.

Quiero dejar de ser papel, quiero ser agua; sí, seré agua y me evaporaré de este lugar. O seré árbol y anclaré mis raíces fuertemente al suelo, así nadie me arrugará y podría tener otra vida; sí, haré más papel, papel que él no conseguirá arrugar; papel que llegará a manos de personas que sí sabrán apreciarlo.

Pero ya es tarde. Me mira, como esperando ver algo en mí. Pero solo soy una hoja en blanco y tú un gilipollas sin imaginación. Si pudiera temblar, en este momento temblaría; si pudiera correr, correría. Me mira más de cerca, soy de unas dimensiones lo bastante grandes como para poder sumergirse en mí, como para no ver mi superficie superior, ni mi superficie inferior.

Veo como despeja su mente de cualquier resultado final e introduce la punta de la pluma en el tintero de peltre, la coge con fuerza, con cuidado de no derramar nada. Si derrama algo de tinta sobre mi querida y blanca superficie, lo mataré. No, no dejaré que pinte nada sobre mí, no él, no estoy preparada para algo así. Después de que crea que soy inservible, me tirará, pero el inservible es él, no yo; yo aún sirvo para algo.

Dibuja ligeramente, casi imperceptible, un borde alrededor de la orilla de mi superficie, le tiembla el pulso mientras lo hace, así que creo que opta por un borde rectangular con líneas onduladas. Será imbécil.

Dibuja líneas finas y traza otras algo más gruesas, pero no forman frases, mucho menos palabras, no creo siquiera que tengan algún tipo de significado entre sí; no son sino garabatos; tal y como decía, es lo único que sabe dibujar. Su mente sigue vagando lentamente por mi centro, evitando mirar más allá.

Se equivoca, una y otra vez. Siento cómo se rinde y cómo quiere cogerme y arrugarme, tal y como hizo antes con la otra hoja. Pero en lugar de hacer eso, coge una goma de borrar especial para la tinta y hace que desaparezcan esos horribles dibujos, aunque sigo teniendo algunas motas de tinta. Antes era tan blanca y ahora tengo tantas manchas que solo quiero llorar, pero no puedo, las hojas no lloran. Si lloráramos, no serviríamos de nada. Y yo solo quiero ser útil.

Me da media vuelta, parece que mi forma apaisada no le sugiere nada y comienza a escribir, esta vez cuidadosamente en lápiz; Querida Anna, ¿cómo estás? Hace tiempo que no sé nada sobre ti y pensaba... Borra; Querida Anna, no te he hablado todo este tiempo porque no sabía qué decirte... Borra.

¿Qué estás haciendo? ¡Dile lo que sientes de una vez! No se puede dudar tanto; Querida Anna, no sé ni cómo comenzar con esta carta tan dolorosa... Borra. Es inútil hasta para declararse. Se vuelve a llevar las manos a la cabeza y quiero ayudarle, pero no puedo, solo soy una hoja, cada vez menos blanca. Se recuesta sobre la silla y da un salto, entonces empieza a escribir de nuevo, esta vez con tinta.

Escribe a toda velocidad y cuando termina, me busca un sobre y me mete en un buzón. Estoy varios días en completa oscuridad, viendo cómo más cartas van apareciendo de la nada y entonces veo a mi héroe: el cartero; el que me sacará de este horroroso lugar. Recorre varias manzanas en bicicleta y me deja en el buzón de una casa preciosa. Una chica recién despertada, con legañas aún en los ojos, pero hermosa, abre el buzón y me recoge, junto a varias cartas. Pero yo soy la primera que lee.

Desliza sus suaves manos sobre mi superficie y mientras me lee, se lleva las manos a la boca y llora, pero de alegría. Al fin soy útil. No, soy más que útil, he hecho feliz a alguien. Me alegro de que fuera ese gilipollas sin imaginación el que me tuviera en sus manos y no un gran artista, que solamente me habría enmarcado y habría caído en el olvido.

Pero ella, Anna, no me olvidará. No, no lo hará, me guardará para siempre; y eso es lo que más he deseado de mi corta vida.

martes, 3 de marzo de 2015

Garabatos



Alguien la llama al teléfono y sale corriendo al salón, puede ser esa persona. Sí, sin duda lo será, de eso está casi segura, dijo que la llamaría esta noche.

—¡Hola! —Dice, totalmente exhausta de correr de una punta de la casa a la otra.
—Hola, Will. ¿Cómo estás? —Se oye decir a través del teléfono, en un tono neutro.
—Ah, eres tú. Bueno, bien, —le dice en un tono apagado, mientras saca su bloc de notas y empieza a garabatear en él, sabe perfectamente que esta conversación irá para largo—, ¿tú cómo estás?
—Muy bien. Lo siento, ¿esperabas a otra persona? —Le dice, como irónico.
—No —miente—, solo me sorprendió que fueras tú quien me llamara a estas horas. —Sigue diciendo, mientras escribe el nombre de la persona que realmente quería que la llamara y subraya inconscientemente su nombre.

Ella no lo sabe, o no se da cuenta de que todo garabato tiene un significado escondido y que ese en especial quiere enfatizar algo importante (o en este caso, a alguien importante).

—No parecía exactamente un tono de sorpresa. —Le dice, en un tono lo bastante prepotente como para irritarla.
—¿Qué quieres, Max? —Le dice ya cabreada, mientras escribe el nombre que acaba de pronunciar y lo rodea con varias flechas, lo que transparenta su enfado y sus deseos de venganza. Cierra su bloc de notas de golpe y se lleva las manos a la cabeza.
—Solo quería saber qué tal te iba todo, ¿ya estás con alguien? —Le dice, esta vez en un tono más bien condescendiente.
—¿De verdad me estás llamando solo para saber si ya te he olvidado? —Le dice, bastante aburrida, ya que no es la primera vez que se lo pregunta.

Will vuelve a sacar el bloc y en la misma página ya escrita, hace un garabato más bien confuso, que, inconscientemente, implica un excesivo aburrimiento pero también una forma de liberar pasiones reprimidas. De odio, ¿quizás?

—¿Pero lo has hecho?
—Max, por favor, no me hagas decirte lo mismo de siempre. Ya no estamos juntos. —Le dice, mientras escribe una escalera enfocada hacia arriba, lo que predice tensión y desequilibrio. Las palabras de aquellas personas que un día te importaron, pueden ser como puñaladas por la espalda, no las esperarías jamás viniendo de ellos.
—Will, ¿cuándo dejamos de ser felices juntos?

A través del teléfono de ella solo se escucha un leve suspiro y después  un completo silencio, mientras dibuja una casa, como la que dibujan los niños, con un camino que lleva a ninguna parte. La casa aislada representa la necesidad de tranquilidad y el camino, a su vez, una necesidad de salida, una vía de escape o de comunicación. Vuelve a suspirar, como si hubiese aguantado la respiración todo ese tiempo.

—No lo sé, Max. ¿Por qué no me lo explicas tú? —Le dice, mientras Max suspira.
—Lo siento, Will. Por no olvidar el pasado y solo vivir el presente, por ser un inconsciente y un completo egoísta. Aunque ya sé que habrás encontrado a alguien por el que suspirar de nuevo, así que solo espero que él no sea tan idiota como lo fui yo. —Le dice, a la vez que suena el pitido final de la llamada.

Ella se vuelve a echar las manos a la cabeza y comienza a sollozar, ¿por qué tiene que invertir su estado de ánimo cada vez que recibe una llamada suya? ¿Por qué razón no pasar páginas y escribir otras nuevas, como hace ella con su bloc?

El teléfono vuelve a sonar y ella tarda en contestar, espera hasta el último pitido para cogerlo y llevárselo a la oreja. Lo más seguro es que sea para no volver a herir su orgullo.

—¿Y ahora qué quieres? —Dice alzando la voz y entre lágrimas.
—¿Willow? —Pregunta, en un tono preocupado.
—¿Nick? Ya pensé que no me llamarías. —Le dice, mientras sonríe y ondula el cable del teléfono. Junto al nombre ya escrito en el bloc, escribe un corazón, que creo que no hace falta explicar qué significa.


A continuación, lo cierra suavemente, sabe perfectamente que esta llamada también irá para largo, pero que no garabateará más en él.

Al fin y al cabo, los garabatos se definen por ser elaborados mientras los estudiantes están soñando despiertos en la escuela o cuando pierden interés en la clase, como habrás hecho más de una vez tú.

Además, también suelen surgir con esas largas llamadas telefónicas, que resultan aburridas o irritantes, como la llamada de alguien ofreciéndote un producto que no quieres o la llamada de alguien que no quieres que lo haga.