domingo, 6 de septiembre de 2015

Antes de las seis



Un paisaje onírico,
una playa desierta,
el mar y una cala 
rodeada de acantilados al fondo. 
El cielo y el mar 
se confunden. 

A la izquierda, 
un cartón tejido a mano, 
a modo de muro, 
sobre el que se disponen 
dos relojes 
y un árbol incompleto, 
con una sola rama 
y sin hojas. 

El reloj más grande,
blando, 
una mosca sobre él 
y cae. 
Cae escurriéndose 
por el borde 
del cartón tejido 
por las manos 
de mi abuela. 

El pequeño, 
parece un reloj 
de bolsillo, 
cerrado, 
y las hormigas 
danzan a su alrededor. 

Del árbol pende 
un tercer reloj, 
también blando. 
En el centro, 
una extraña figura. 
Una cara blanda 
con largas pestañas 
parece dormir sobre la arena. 

Sobre ella, 
un cuarto reloj,
igualmente blando, 
parece derretirse. 
Los cuatro siguen marcando la hora. 
En torno a las seis. 
Pero, los relojes, 
como la memoria, 
se reblandecen por el paso del tiempo. 

Y yo ya no recuerdo qué pasó 
antes de que empezaran a derretirse. 
De que aparecieran moscas 
y hormigas. 
De lo que pasó antes 
de que muriera.

De cualquier cosa que pasara 
antes de las seis.

viernes, 5 de junio de 2015


La miro de reojo. Ella no. Ella me evita. Cuando pasa a mi lado, lo hace rápidamente. Sin detenerse en ningún momento. Como si no existiera. Como si jamás me hubiese mirado. Pero ella sabe que no es así. Que siempre he estado ahí. Que sigo ahí. Que solo tiene que levantar la cabeza y mirarme. Que yo no dejaré de hacerlo. Pero ella no lo hace. No me mira. No lo hará. ¿Por qué iba a hacerlo? No soy nada. No soy nadie. No tiene por qué mirarme. Pero me rompo en mil y un pedazos. No lo entiendo. No podría entenderlo jamás. Nunca le he hecho daño. Solo la observaba y ella me miraba y me sonreía. Esa era nuestra relación. Era algo único, casi mágico. No, era perfecto. Es lo único que me hacía feliz. Lo único que hacía que mi vida cobrara algo de sentido.

Pero ya no me mira. Ya no sonríe. Ya no noto su respiración mientras se pinta los labios de un rojo intenso. Ese rojo que tanto me gusta y que ella quizás aún no sepa. Ya no hay nada. Ya no nos queda nada. Y la echo de menos. Echo de menos las muecas que me hacía a todas horas para hacerme sonreír. Echo de menos que me mire mientras se viste por las mañanas, con legañas aún en los ojos y con el pelo enmarañado. Sin una gota de maquillaje en sus mejillas. Como si no le importara lo que pienso de ella. Como si le dijera al mundo que se pudriera. Pero lo que mas echo de menos, es a ella. A la persona que era. A verla mientras se desvestía para meterse en la cama por las noches. Pero tan sola. Tan triste. Dando mil vueltas por noche. Regalando lágrimas a su almohada. Regalando mordiscos por su piel.

Y, ¿por qué? ¿Por qué, si antes me miraba provocativa para que la mirara? ¿Por qué, si lo que quería es que me fijara en ella? Y por supuesto, lo hacía. Pero me engañó. Me traicionó. Yo pensaba que me miraba porque no era más que un reflejo, pero entonces sonreía. Me sonreía. ¿A quién más iba a sonreír si solo estábamos ella y yo? Por eso dejé de creer que, quizás, no era simplemente un reflejo, que era real. Que miraba más allá de lo que veía. Que me quería. Pero nunca me decía nada. Ella me miraba, pero no me hablaba. Se autodestruiría de esa forma. Pensaría de sí misma que estaba absorta en la locura. ¿Por qué iba a hablarme si no era real? ¿Por qué iba a decirme que me quería?

Pero tras de mí una escena y diez mil frases que repetir. Yo no voy a contar lo mejor, a ocultar lo peor. La escuchaba. Escuchaba sus conversaciones telefónicas contigo. Escuchaba esas palabras de amor que no me decía a mí. Escuchaba esos te quiero's inaudibles que te dedicaba. Maldita dulzura. Veía como cada noche como jugaba con sus dedos bajo las sábanas pensando en ti, mientras me miraba y volvía a sonreír. Y la odiaba. La odiaba porque sabía que no era por mí. Sin embargo, yo era feliz si lo era ella también, porque seguía mirándome. Porque no dejaba de sonreír.

Pero un día dejó de hacerlo, no sé cómo, ni por qué. Ya no quería verse. Ya no quería verme. Ya no quería sonreír. Ya no quería ni hablar por teléfono. Y ahora ya no la odio. Ahora te odio a ti.





Este no es un relato escrito por mí. Es un relato escrito por mi espejo. Me amenazó con romperse, algo que jamás querría, y que, además, me clavaría uno de sus cristales hasta dejarme inconsciente, como si de un cuchillo se tratase y que, aún no sé por qué.

Nunca entenderé a los espejos.

domingo, 8 de marzo de 2015

Más que garabatos


Coge una hoja completamente blanca, sin líneas, sin rugosidades. Una hoja sin personalidad, sin carácter, una hoja esperando a que le den forma y que la moldeen hasta que sea bella para ser envidiada por las demás. Algunas de estas hojas se acaban convirtiendo de una forma u otra en barcos de papel que acaban hundidos en un vaso de agua; o en aviones de papel, que salen volando sin remedio alguno por la ventana y caen en picado contra el asfalto.

Otras, en cambio, llegan más alto que eso, empiezan a formar parte de ese mundo de la papiroflexia innecesariamente difícil. Por otro lado, algunas más afortunadas, llegan mucho más lejos, llegan a las manos de los grandes artistas y hacen de ellas grandes maravillas.

Mientras pienso en esas hojas enmarcadas en oro, él arruga esa hoja que tiene entre sus manos y se lleva las manos a la cabeza. ¿Por qué? ¿Por qué haces eso? Podrías haberle dado una vida, podrías haberla hecho bella y en su lugar, la tiras cruelmente a la basura. Está claro que también existe la posibilidad de llegar a manos de personas como él, que no saben apreciar el papel; y eso es lo que más he temido de mi corta vida.

Siento como sus dedos me acarician, pero yo solo quiero alejarme de él. Soy solo una hoja blanca en manos de un imbécil que únicamente he visto que sabe hacer garabatos en los márgenes, un imbécil que no sabe hacer nada más que llevarse las manos a la cabeza porque nada le sale bien y estoy perdida, quiero salir de aquí.

Quiero dejar de ser papel, quiero ser agua; sí, seré agua y me evaporaré de este lugar. O seré árbol y anclaré mis raíces fuertemente al suelo, así nadie me arrugará y podría tener otra vida; sí, haré más papel, papel que él no conseguirá arrugar; papel que llegará a manos de personas que sí sabrán apreciarlo.

Pero ya es tarde. Me mira, como esperando ver algo en mí. Pero solo soy una hoja en blanco y tú un gilipollas sin imaginación. Si pudiera temblar, en este momento temblaría; si pudiera correr, correría. Me mira más de cerca, soy de unas dimensiones lo bastante grandes como para poder sumergirse en mí, como para no ver mi superficie superior, ni mi superficie inferior.

Veo como despeja su mente de cualquier resultado final e introduce la punta de la pluma en el tintero de peltre, la coge con fuerza, con cuidado de no derramar nada. Si derrama algo de tinta sobre mi querida y blanca superficie, lo mataré. No, no dejaré que pinte nada sobre mí, no él, no estoy preparada para algo así. Después de que crea que soy inservible, me tirará, pero el inservible es él, no yo; yo aún sirvo para algo.

Dibuja ligeramente, casi imperceptible, un borde alrededor de la orilla de mi superficie, le tiembla el pulso mientras lo hace, así que creo que opta por un borde rectangular con líneas onduladas. Será imbécil.

Dibuja líneas finas y traza otras algo más gruesas, pero no forman frases, mucho menos palabras, no creo siquiera que tengan algún tipo de significado entre sí; no son sino garabatos; tal y como decía, es lo único que sabe dibujar. Su mente sigue vagando lentamente por mi centro, evitando mirar más allá.

Se equivoca, una y otra vez. Siento cómo se rinde y cómo quiere cogerme y arrugarme, tal y como hizo antes con la otra hoja. Pero en lugar de hacer eso, coge una goma de borrar especial para la tinta y hace que desaparezcan esos horribles dibujos, aunque sigo teniendo algunas motas de tinta. Antes era tan blanca y ahora tengo tantas manchas que solo quiero llorar, pero no puedo, las hojas no lloran. Si lloráramos, no serviríamos de nada. Y yo solo quiero ser útil.

Me da media vuelta, parece que mi forma apaisada no le sugiere nada y comienza a escribir, esta vez cuidadosamente en lápiz; Querida Anna, ¿cómo estás? Hace tiempo que no sé nada sobre ti y pensaba... Borra; Querida Anna, no te he hablado todo este tiempo porque no sabía qué decirte... Borra.

¿Qué estás haciendo? ¡Dile lo que sientes de una vez! No se puede dudar tanto; Querida Anna, no sé ni cómo comenzar con esta carta tan dolorosa... Borra. Es inútil hasta para declararse. Se vuelve a llevar las manos a la cabeza y quiero ayudarle, pero no puedo, solo soy una hoja, cada vez menos blanca. Se recuesta sobre la silla y da un salto, entonces empieza a escribir de nuevo, esta vez con tinta.

Escribe a toda velocidad y cuando termina, me busca un sobre y me mete en un buzón. Estoy varios días en completa oscuridad, viendo cómo más cartas van apareciendo de la nada y entonces veo a mi héroe: el cartero; el que me sacará de este horroroso lugar. Recorre varias manzanas en bicicleta y me deja en el buzón de una casa preciosa. Una chica recién despertada, con legañas aún en los ojos, pero hermosa, abre el buzón y me recoge, junto a varias cartas. Pero yo soy la primera que lee.

Desliza sus suaves manos sobre mi superficie y mientras me lee, se lleva las manos a la boca y llora, pero de alegría. Al fin soy útil. No, soy más que útil, he hecho feliz a alguien. Me alegro de que fuera ese gilipollas sin imaginación el que me tuviera en sus manos y no un gran artista, que solamente me habría enmarcado y habría caído en el olvido.

Pero ella, Anna, no me olvidará. No, no lo hará, me guardará para siempre; y eso es lo que más he deseado de mi corta vida.

martes, 3 de marzo de 2015

Garabatos



Alguien la llama al teléfono y sale corriendo al salón, puede ser esa persona. Sí, sin duda lo será, de eso está casi segura, dijo que la llamaría esta noche.

—¡Hola! —Dice, totalmente exhausta de correr de una punta de la casa a la otra.
—Hola, Will. ¿Cómo estás? —Se oye decir a través del teléfono, en un tono neutro.
—Ah, eres tú. Bueno, bien, —le dice en un tono apagado, mientras saca su bloc de notas y empieza a garabatear en él, sabe perfectamente que esta conversación irá para largo—, ¿tú cómo estás?
—Muy bien. Lo siento, ¿esperabas a otra persona? —Le dice, como irónico.
—No —miente—, solo me sorprendió que fueras tú quien me llamara a estas horas. —Sigue diciendo, mientras escribe el nombre de la persona que realmente quería que la llamara y subraya inconscientemente su nombre.

Ella no lo sabe, o no se da cuenta de que todo garabato tiene un significado escondido y que ese en especial quiere enfatizar algo importante (o en este caso, a alguien importante).

—No parecía exactamente un tono de sorpresa. —Le dice, en un tono lo bastante prepotente como para irritarla.
—¿Qué quieres, Max? —Le dice ya cabreada, mientras escribe el nombre que acaba de pronunciar y lo rodea con varias flechas, lo que transparenta su enfado y sus deseos de venganza. Cierra su bloc de notas de golpe y se lleva las manos a la cabeza.
—Solo quería saber qué tal te iba todo, ¿ya estás con alguien? —Le dice, esta vez en un tono más bien condescendiente.
—¿De verdad me estás llamando solo para saber si ya te he olvidado? —Le dice, bastante aburrida, ya que no es la primera vez que se lo pregunta.

Will vuelve a sacar el bloc y en la misma página ya escrita, hace un garabato más bien confuso, que, inconscientemente, implica un excesivo aburrimiento pero también una forma de liberar pasiones reprimidas. De odio, ¿quizás?

—¿Pero lo has hecho?
—Max, por favor, no me hagas decirte lo mismo de siempre. Ya no estamos juntos. —Le dice, mientras escribe una escalera enfocada hacia arriba, lo que predice tensión y desequilibrio. Las palabras de aquellas personas que un día te importaron, pueden ser como puñaladas por la espalda, no las esperarías jamás viniendo de ellos.
—Will, ¿cuándo dejamos de ser felices juntos?

A través del teléfono de ella solo se escucha un leve suspiro y después  un completo silencio, mientras dibuja una casa, como la que dibujan los niños, con un camino que lleva a ninguna parte. La casa aislada representa la necesidad de tranquilidad y el camino, a su vez, una necesidad de salida, una vía de escape o de comunicación. Vuelve a suspirar, como si hubiese aguantado la respiración todo ese tiempo.

—No lo sé, Max. ¿Por qué no me lo explicas tú? —Le dice, mientras Max suspira.
—Lo siento, Will. Por no olvidar el pasado y solo vivir el presente, por ser un inconsciente y un completo egoísta. Aunque ya sé que habrás encontrado a alguien por el que suspirar de nuevo, así que solo espero que él no sea tan idiota como lo fui yo. —Le dice, a la vez que suena el pitido final de la llamada.

Ella se vuelve a echar las manos a la cabeza y comienza a sollozar, ¿por qué tiene que invertir su estado de ánimo cada vez que recibe una llamada suya? ¿Por qué razón no pasar páginas y escribir otras nuevas, como hace ella con su bloc?

El teléfono vuelve a sonar y ella tarda en contestar, espera hasta el último pitido para cogerlo y llevárselo a la oreja. Lo más seguro es que sea para no volver a herir su orgullo.

—¿Y ahora qué quieres? —Dice alzando la voz y entre lágrimas.
—¿Willow? —Pregunta, en un tono preocupado.
—¿Nick? Ya pensé que no me llamarías. —Le dice, mientras sonríe y ondula el cable del teléfono. Junto al nombre ya escrito en el bloc, escribe un corazón, que creo que no hace falta explicar qué significa.


A continuación, lo cierra suavemente, sabe perfectamente que esta llamada también irá para largo, pero que no garabateará más en él.

Al fin y al cabo, los garabatos se definen por ser elaborados mientras los estudiantes están soñando despiertos en la escuela o cuando pierden interés en la clase, como habrás hecho más de una vez tú.

Además, también suelen surgir con esas largas llamadas telefónicas, que resultan aburridas o irritantes, como la llamada de alguien ofreciéndote un producto que no quieres o la llamada de alguien que no quieres que lo haga.