miércoles, 20 de julio de 2016

El nombre de las cosas


Al volver a casa, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas. Recordaba la Osa Mayor, sabía que había estado en esa calle antes, pero no habría podido situarla en el cielo. También recordaba que vivía en la siguiente calle, pero no sabía que Andrómeda era una galaxia, ni que Orión se encontraba a solo un par de calles más allá.

Al agarrar una piedra no consiguió reconocer como propia la mano que la sujetaba. Era delgada y tan pálida, que se veía llena de venillas, arañazos y mugre. Tras examinarla durante un rato, su mano volvió a recordarle por un momento a aquella con la que lanzó canicas y sostuvo helados, aquella con la que acarició la piel de su amada y escribió espantosos poemas. 

Aquella con la que se dejó la piel para trabajar con unas pesadas máquinas para traer dinero a una casa llena de niños. La casa que siempre olía a pan horneado y a muebles viejos, cuyos rincones aún guardan objetos y secretos cubiertos de polvo, que nadie ha necesitado buscar jamás.

Pero al entrar, la casa ya no olía a pan horneado.


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