sábado, 5 de enero de 2013

La chica de las diez.


Ella estaba allí -como cada mañana- de espaldas al cristal. Parecía buscar la forma de evaporarse del mundo, de aquel lugar repleto de personas que no podían percibir sus sentidos. De gestos invisibles, de sonidos inaudibles, de miradas voraces que la evitaban, o de aquellos besos que se quedaban en el aire, dejando un pequeño aroma a nostalgia.

Ella no era más que una chica del montón, una chica que no parecía destacar en nada. Una chica enamorada del pan recién horneado, de los agujeros en las mangas y de las tiritas en las rodillas.
Una chica sencilla, de pelo corto y negro, con gafas de pasta. Incapaz de sorprenderse al verme allí plantado, con un paraguas en mano el día más caluroso del año.
Una chica pequeña y absurda, como un pequeño reloj de bolsillo.



El reloj de bolsillo más bonito del mundo.

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