viernes, 5 de abril de 2013

Capítulo I: La máquina diferencial.


"¿Sabes cómo midieron lo que era un segundo, pequeña? Escogieron a un chico de unos 15 años y marcaron su ritmo cardíaco, por lo que el tiempo siempre sería joven y sano como ese chaval. 
Cuando alcanzabas alguna hazaña, como la de acabar un servicio militar, te obsequiaban con un reloj de platino bañado en oro. Sin embargo, ahora cualquiera podía tener uno."

Las palabras de mi padre no paraban de resonar en mi cabeza, como si una oleada de recuerdos me sacudieran en la cara al ver caer la nieve tras la ventana. Había desaparecido el pasado diciembre, dejándome solamente su reloj de bolsillo -con sus iniciales grabadas-, bajo el árbol que habíamos decorado juntos la noche anterior. En el interior del reloj, había una hoja de papel arrancada, con un sello rojo en la esquina superior derecha y en la que había escrito:

"El tiempo se marcha, como el humo que sale de los trenes de vapor"

Mi padre simplemente se esfumó, dejando una nota que carecía de sentido aparente y que tan siquiera formaba parte de una despedida, o daba signos de haber pertenecido a una carta de suicidio.

Me levanté de golpe de la cama, dejando de juguetear con el reloj que tenía entre los dedos, y empecé a observar la estantería. Habían pequeñas figuritas que tenían infinidad de detalles y no eran otra cosa que maquetas de trenes en miniatura.

El primer tren que tuve entre mis manos era de principios del siglo XIX, de las primeras locomotoras de vapor que se inventó. Una verdadera obra de arte, con cargadores automáticos de carbón y bombas de vapor del tamaño de un guisante. Las demás maquetas se parecían más entre ellas, que seguían el mismo modelo de creación, aunque con cada vez más detalles.

Fui recorriendo mis dedos hasta el final de la estantería y la vi: La última maqueta que me regaló mi padre. Era un tren de vapor ambientada en el futuro, como una especie de locomotora atómica, capaz de volar propulsada con carbón, y que estaba colocada de forma inclinada para dar la sensación de que iba a emprender el vuelo.

Pero todo aquello era imposible: 
los trenes que volaban, 
el reloj que se paraba y 
volver a ver a mi padre.

O al menos, eso creía.

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