martes, 14 de mayo de 2013

El día que hizo más viento que nunca.


Aquel día fue el día que hizo más viento que nunca, y ella no dejaba de mirar al abismo. No dejaba de reírse a carcajadas, mientras se le formaban hoyuelos a ambos lados de sus labios.
¿No es maravilloso? -Dijo mientras abría los ojos para ver con claridad más allá de nosotros mismos y volvía a bajar la mirada.

No sabía muy bien a qué se refería. Puede que al océano que teníamos delante (con su mezcla de azules y sus ondulantes brillos al Sol), o al verde prado que teníamos a nuestros pies (con tantos colores como vidrieras tienen.) Pero no, ella no era así, ella era más compleja. Se refería a algo más, porque no miraba en ninguna de esas direcciones. Tampoco miraba el cielo rosado que teníamos sobre nuestras cabezas (con sus nubes pasajeras que paseaban por toda la ciudad.) Y probablemente estuviera más bonito que nunca, pero ella no lo veía. No veía más allá o no quería.

Ella no era del tipo de personas que se perdía un amanecer, pero aquel día volvió pronto a casa y con la excusa en los labios, se despidió con la mano y desapareció entre los árboles.
¿Qué era eso tan maravilloso? Era lo único que se me pasaba por esta cabecita hueca.
Me puse de pie e intenté pensar como ella, pero era imposible, ¿a lo mejor en ese momento había algo que después no se encontraba allí? ¿A lo mejor el cielo -que poco después se volvió naranja- cambió algo en nuestra colina?

A la noche volvimos a encontrarnos en ese lugar -el que cambiaba constantemente de colores, el que era tan poco descifrable como ella-, y había ocultado gran parte del prado, mostrando únicamente aquello bañado por los pequeños reflejos de Luna. Ella seguía estando en el mismo lugar de esa mañana, con las mejillas sonrojadas y un vestido de un naranja atardecer.

¿Qué es lo que te inquieta, Max? -Dijo sin mirarme directamente a los ojos. Y antes de que pudiera responder, añadió: Me intrigas.
Sin saber qué decir o qué hacer, me acerqué a ella por la espalda, apartando pequeños mechones de pelo y repitiendo sus últimas palabras como un soplo de aire casi inaudible. Abrí los ojos de par en par y esa vez lo vi. Estuvo allí todo el tiempo.

¡Nyx! Es maravilloso.- Le dije alzando la voz. 
¿Cómo no pude verlo antes? Ella no miraba a su alrededor, no miraba más allá del firmamento. Me miraba a mí. Y yo, que en ese momento la miraba únicamente a ella, pude verlo.

4 comentarios: