domingo, 8 de marzo de 2015

Más que garabatos


Coge una hoja completamente blanca, sin líneas, sin rugosidades. Una hoja sin personalidad, sin carácter, una hoja esperando a que le den forma y que la moldeen hasta que sea bella para ser envidiada por las demás. Algunas de estas hojas se acaban convirtiendo de una forma u otra en barcos de papel que acaban hundidos en un vaso de agua; o en aviones de papel, que salen volando sin remedio alguno por la ventana y caen en picado contra el asfalto.

Otras, en cambio, llegan más alto que eso, empiezan a formar parte de ese mundo de la papiroflexia innecesariamente difícil. Por otro lado, algunas más afortunadas, llegan mucho más lejos, llegan a las manos de los grandes artistas y hacen de ellas grandes maravillas.

Mientras pienso en esas hojas enmarcadas en oro, él arruga esa hoja que tiene entre sus manos y se lleva las manos a la cabeza. ¿Por qué? ¿Por qué haces eso? Podrías haberle dado una vida, podrías haberla hecho bella y en su lugar, la tiras cruelmente a la basura. Está claro que también existe la posibilidad de llegar a manos de personas como él, que no saben apreciar el papel; y eso es lo que más he temido de mi corta vida.

Siento como sus dedos me acarician, pero yo solo quiero alejarme de él. Soy solo una hoja blanca en manos de un imbécil que únicamente he visto que sabe hacer garabatos en los márgenes, un imbécil que no sabe hacer nada más que llevarse las manos a la cabeza porque nada le sale bien y estoy perdida, quiero salir de aquí.

Quiero dejar de ser papel, quiero ser agua; sí, seré agua y me evaporaré de este lugar. O seré árbol y anclaré mis raíces fuertemente al suelo, así nadie me arrugará y podría tener otra vida; sí, haré más papel, papel que él no conseguirá arrugar; papel que llegará a manos de personas que sí sabrán apreciarlo.

Pero ya es tarde. Me mira, como esperando ver algo en mí. Pero solo soy una hoja en blanco y tú un gilipollas sin imaginación. Si pudiera temblar, en este momento temblaría; si pudiera correr, correría. Me mira más de cerca, soy de unas dimensiones lo bastante grandes como para poder sumergirse en mí, como para no ver mi superficie superior, ni mi superficie inferior.

Veo como despeja su mente de cualquier resultado final e introduce la punta de la pluma en el tintero de peltre, la coge con fuerza, con cuidado de no derramar nada. Si derrama algo de tinta sobre mi querida y blanca superficie, lo mataré. No, no dejaré que pinte nada sobre mí, no él, no estoy preparada para algo así. Después de que crea que soy inservible, me tirará, pero el inservible es él, no yo; yo aún sirvo para algo.

Dibuja ligeramente, casi imperceptible, un borde alrededor de la orilla de mi superficie, le tiembla el pulso mientras lo hace, así que creo que opta por un borde rectangular con líneas onduladas. Será imbécil.

Dibuja líneas finas y traza otras algo más gruesas, pero no forman frases, mucho menos palabras, no creo siquiera que tengan algún tipo de significado entre sí; no son sino garabatos; tal y como decía, es lo único que sabe dibujar. Su mente sigue vagando lentamente por mi centro, evitando mirar más allá.

Se equivoca, una y otra vez. Siento cómo se rinde y cómo quiere cogerme y arrugarme, tal y como hizo antes con la otra hoja. Pero en lugar de hacer eso, coge una goma de borrar especial para la tinta y hace que desaparezcan esos horribles dibujos, aunque sigo teniendo algunas motas de tinta. Antes era tan blanca y ahora tengo tantas manchas que solo quiero llorar, pero no puedo, las hojas no lloran. Si lloráramos, no serviríamos de nada. Y yo solo quiero ser útil.

Me da media vuelta, parece que mi forma apaisada no le sugiere nada y comienza a escribir, esta vez cuidadosamente en lápiz; Querida Anna, ¿cómo estás? Hace tiempo que no sé nada sobre ti y pensaba... Borra; Querida Anna, no te he hablado todo este tiempo porque no sabía qué decirte... Borra.

¿Qué estás haciendo? ¡Dile lo que sientes de una vez! No se puede dudar tanto; Querida Anna, no sé ni cómo comenzar con esta carta tan dolorosa... Borra. Es inútil hasta para declararse. Se vuelve a llevar las manos a la cabeza y quiero ayudarle, pero no puedo, solo soy una hoja, cada vez menos blanca. Se recuesta sobre la silla y da un salto, entonces empieza a escribir de nuevo, esta vez con tinta.

Escribe a toda velocidad y cuando termina, me busca un sobre y me mete en un buzón. Estoy varios días en completa oscuridad, viendo cómo más cartas van apareciendo de la nada y entonces veo a mi héroe: el cartero; el que me sacará de este horroroso lugar. Recorre varias manzanas en bicicleta y me deja en el buzón de una casa preciosa. Una chica recién despertada, con legañas aún en los ojos, pero hermosa, abre el buzón y me recoge, junto a varias cartas. Pero yo soy la primera que lee.

Desliza sus suaves manos sobre mi superficie y mientras me lee, se lleva las manos a la boca y llora, pero de alegría. Al fin soy útil. No, soy más que útil, he hecho feliz a alguien. Me alegro de que fuera ese gilipollas sin imaginación el que me tuviera en sus manos y no un gran artista, que solamente me habría enmarcado y habría caído en el olvido.

Pero ella, Anna, no me olvidará. No, no lo hará, me guardará para siempre; y eso es lo que más he deseado de mi corta vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario